23 enero 2006

La cena pensada

Llego a casa. Enciendo el ordenador. Coloco la compra. Me como una berlina rellena de mermelada de albaricoque. Me tendría que afeitar pero me da un poco de pereza. Pongo la radio. Me gustaron más las berlinas rellenas con mermelada de manzana aunque las de albaricoque tampoco son mancas. He comprado galletas, te rojo, manzanas, tomates. Un dvd. Dos cepillos de dientes: dientes y lengua, láminas para el cepillado de la lengua. Extreme clean. No debería haberlo hecho pero me he comido una segunda berlina. ¿Me afeito? Qué calor hace en esta casa. Estaba haciendo cola para pesar los tomates y las manzanas y delante de mí había un hombre mayor con gorra y jersey Lacoste que en cuanto ha pesado su compra se ha apartado a un lado, ha sacado una libreta y ha añadido el precio de lo que acababa de pesar a una lista de números. Los números eran diminutos. Imagino que el hombre estaba haciendo la cuenta por su cuenta. Hacía mucho que no veía algo así. Me he acordado de la gente que hacía la compra con calculadora en mano cuando empezaron a proliferar los centros comerciales en España. Ya tengo más o menos la cena pensada.

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