03 mayo 2006

Así pasamos, más o menos, sin entrar en mucho detalle, la tarde del 1 de mayo


En el obscuro jardín del manicomio
los locos maldicen a los hombres
las ratas afloran a la Cloaca Superior
buscando el beso de los dementes


Leopoldo María Panero



El lunes por la tarde nos bajamos del autobús, ya con el aire acondicionado a tope y el calor no era para tanto, en Cibeles con la intención de ir dando un paseo hasta la calle Alberto Aguilera para comernos un helado en una heladería que hay en la citada calle. Subiendo por la Gran Vía llamé a Jonás por teléfono. Hola, bla, bla, bla (mientras hablábamos me dio un golpe de tos) vamos a comernos un helado, bla, bla, bla ¿te apuntas? Sí. Y quedamos en la puerta de la heladería.

La heladería estaba llena. No había ni un sillón para sentarnos así que cogimos los helados, cruzamos la calle y nos sentamos en el banco de un parque con nuestras flamantes tarrinas con dos superbolas de helado. Helado que comenzó a derretirse nada más salir a la calle y que nos dejó las manos dulces y pegajosas.

Dando un paseo nos acercamos hasta la calle Argumosa. Me compré un libro de Leopoldo María Panero. Nos sentamos en una terraza, tomamos una caña (no nos pusieron ninguna tapa pero a los de las mesas de alrededor sí que se las ponían). Entramos en el Automático, en la terraza no había sitio, y tomamos un par de cañas con sus correspondientes aceitunas y patatas fritas. A eso de las once nos acercamos al Asturiano para cenar algo. Sobre las once y veinte se nos unió Gema que acababa de salir de trabajar y traía una mezcla al 50% de hambre y sueño. Cenamos y después para casa. Llegamos casi a la una. Y eso que sólo salimos a dar una vueltecilla.

Nota: La tarrina de helado es muy pequeña para las dos bolas que ponen. ¿Por qué?

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